Chateo
con un pibe que desprecia a la juventud macrista por considerarla “tan básica” y se
burla de ella con toda la clase esperable en un veinteañero
despierto e interesado en el mundo, informado y vivo. Tenemos ya
bastante tiempo de chat y me ha contado que trabaja en un call
center, contestando en francés requerimientos de ancianos del
Québeq. Le pregunto de qué habla con esa gente tan extraterrestre,
“les miento hasta que cortan o me piden hablar con un superior, y
en ese caso les sigue mintiendo él”. ¿Pero de qué hablás?,
insisto. No lo quiere decir. Una cláusula de su contrato le prohíbe
dar detalles, explica.
-¿Y
la vas a cumplir?
-Sí.
-Pero
para qué, si esos tipos son unos estafadores.
-Sí,
ya sé. Incluso nosotros, vos y yo, lo somos -se justifica-.
Después
se escuda en que no quiere dar ningún dato que permita eventualmente
identificarlo, porque en la red se siente “tan expuesto como en el
obelisco” (lo que de todos modos no le impide exhibirse haciéndose
una paja por cam ante decenas de chateros, aunque en ese caso excluye el rostro). Le digo que a mí me pasa lo mismo, y por eso puse mi
foto en este blog. La conversación termina ahí. Tal vez para
siempre.
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