―¿Te
gusta el sexo? ―dijo de pronto Fabiola.
―¿Eh...?
―contestó Matildo estupefacto por la franqueza y claridad de la
pregunta, que la volvían incomprensible― ¿Qué sexo?
―El
sexo... tener sexo. Coger.
―Sí...
me gusta. ¿A vos?
―Me
encanta ―dijo la chica con el mismo tono que si hubiera dicho “es
la una y media”, que debía ser más o menos la hora.
―¿Por?
―No
sé. El motivo no lo sé ―contestó ella con sorprendente cintura―.
A vos por qué te gusta.
―Qué
sé yo ―Matildo se encogió de hombros―. Me dan ganas y es... me
va llevando.
―Pero
la experiencia suprema es el amor ―siguió ella como si él no
hubiera hablado, lo cual no era del todo injusto―. O mejor dicho,
no: el amor te regala momentos deliciosos, te llena la vida de color
y alegría, aunque sobre todo te la llena de ilusión. Pero lo de
veras insuperable, la experiencia suprema de la vida, es el sexo con
amor... El sexo o el amor, cada uno por separado, alcanzan para vivir
y soportar casi todo: el dolor, o mejor dicho la muerte, que al final
se lleva todo. Pero los dos juntos son lo supremo, la experiencia
máxima a que puede... a que tiene acceso un ser humano. ¿No te
parece?
Matildo
consideró la posibilidad de desprenderle la bikini y desnudarla
(detrás de los arbustos por si los otros dos volvían in medias
res). Pero algo en el curso de la conversación lo hizo suspender la
idea. Abrió otra cerveza y se tomó varios tragos de una vez.
Después se recostó de nuevo con los brazos a los lados del cuerpo,
apoyándose en los codos, mirando el horizonte fulgente más allá de
los los pelos y los relieves gomosos de su cuerpo desnudo e hinchado
por el calor. En principio Fabiola no le atraía. Era medio
regordeta, aunque en ese lugar, con ese calor, con todo lo que tenía
a flor de piel, era obvio que podría haberle gustado... Qué estaría
pensando ella. Posiblemente no le costaría trabajo llevarla a la
situación sexual, después de que ella misma se había puesto a
hablar del tema. Pero la verdad es que le faltaba un impulso, un
impulso menor habría bastado, siempre que hubiera sido propio. ¿Por
qué le faltaba? No sabía.
―No
sé si alguna vez me tocó esa conjunción ―dijo al fin.
quién no estaría desnudo
|
―No
importa, querido, es una idea... ―contestó la chica con tono de
quien no encuentra recompensados sus esfuerzos―. La civilización
habrá alcanzado su non plus ultra cuando esa experiencia esté al
alcance de todos... Además la paciencia facilita muchas cosas.
Encarna el espíritu de la civilización. La paciencia y la ansiedad
por satisfacerla. Sin ir más lejos es la base del sistema jurídico.
La gente se queja de que la justicia es lenta, pero la esencia de la
justicia es la morosidad, la dilación indefinida, y la vida sigue
tan tranquila mientras los juicios siguen sin fallo... y al final nos
morimos todos. Ahora, cuando aparezca el primer inmortal entonces te
voy a decir: está más allá.
Después
de eso, Fabiola lanzó su vista al horizonte, dejando ver un asomo de
sonrisa, como quien disfruta de haber dado una estocada certera. Para
quién simula que lo disimula, se preguntó Matildo. Todo parece tan
fácil. Podríamos pasar un buen momento. Aunque bien pudiera ser una
experiencia insatisfactoria. Otra más.
―Por
eso pintamos a Juana Azurduy en la lona.
―¿Eh?
―Era
revolucionaria. Según ella cuando estuviera al alcance de todos
tener sexo con la persona amada se habrían alcanzado la justicia y
la verdad universales. Y obviamente la belleza. Es que era una
ilustrada y una revolucionaria, ¿entendés?
―¿De
dónde sacaste eso? ―preguntó Matildo, para quien la conversación
se desarrollaba como una vertiginosa sucesión de umbrales que se le
pasan demasiado rápido.
―De
la misma cajita de fósforos donde venía el retrato, obvio ―dijo
ella
encogiéndose de hombros―. Y no soporto la gente que se cree que le
estás tirando onda todo el tiempo.
Punta
Rosita
(2005)
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