martes, 4 de agosto de 2015

la experiencia suprema de la vida


   ―¿Te gusta el sexo? ―dijo de pronto Fabiola.
  ―¿Eh...? ―contestó Matildo estupefacto por la franqueza y claridad de la pregunta, que la volvían incomprensible― ¿Qué sexo?
   ―El sexo... tener sexo. Coger.
   ―Sí... me gusta. ¿A vos?
   ―Me encanta ―dijo la chica con el mismo tono que si hubiera dicho “es la una y media”, que debía ser más o menos la hora.
   ―¿Por?
   ―No sé. El motivo no lo sé ―contestó ella con sorprendente cintura―. A vos por qué te gusta.
   ―Qué sé yo ―Matildo se encogió de hombros―. Me dan ganas y es... me va llevando.
   ―Pero la experiencia suprema es el amor ―siguió ella como si él no hubiera hablado, lo cual no era del todo injusto―. O mejor dicho, no: el amor te regala momentos deliciosos, te llena la vida de color y alegría, aunque sobre todo te la llena de ilusión. Pero lo de veras insuperable, la experiencia suprema de la vida, es el sexo con amor... El sexo o el amor, cada uno por separado, alcanzan para vivir y soportar casi todo: el dolor, o mejor dicho la muerte, que al final se lleva todo. Pero los dos juntos son lo supremo, la experiencia máxima a que puede... a que tiene acceso un ser humano. ¿No te parece?
   Matildo consideró la posibilidad de desprenderle la bikini y desnudarla (detrás de los arbustos por si los otros dos volvían in medias res). Pero algo en el curso de la conversación lo hizo suspender la idea. Abrió otra cerveza y se tomó varios tragos de una vez. Después se recostó de nuevo con los brazos a los lados del cuerpo, apoyándose en los codos, mirando el horizonte fulgente más allá de los los pelos y los relieves gomosos de su cuerpo desnudo e hinchado por el calor. En principio Fabiola no le atraía. Era medio regordeta, aunque en ese lugar, con ese calor, con todo lo que tenía a flor de piel, era obvio que podría haberle gustado... Qué estaría pensando ella. Posiblemente no le costaría trabajo llevarla a la situación sexual, después de que ella misma se había puesto a hablar del tema. Pero la verdad es que le faltaba un impulso, un impulso menor habría bastado, siempre que hubiera sido propio. ¿Por qué le faltaba? No sabía.
   ―No sé si alguna vez me tocó esa conjunción ―dijo al fin.

quién no estaría desnudo
   ―No importa, querido, es una idea... ―contestó la chica con tono de quien no encuentra recompensados sus esfuerzos―. La civilización habrá alcanzado su non plus ultra cuando esa experiencia esté al alcance de todos... Además la paciencia facilita muchas cosas. Encarna el espíritu de la civilización. La paciencia y la ansiedad por satisfacerla. Sin ir más lejos es la base del sistema jurídico. La gente se queja de que la justicia es lenta, pero la esencia de la justicia es la morosidad, la dilación indefinida, y la vida sigue tan tranquila mientras los juicios siguen sin fallo... y al final nos morimos todos. Ahora, cuando aparezca el primer inmortal entonces te voy a decir: está más allá.
Después de eso, Fabiola lanzó su vista al horizonte, dejando ver un asomo de sonrisa, como quien disfruta de haber dado una estocada certera. Para quién simula que lo disimula, se preguntó Matildo. Todo parece tan fácil. Podríamos pasar un buen momento. Aunque bien pudiera ser una experiencia insatisfactoria. Otra más.
   ―Por eso pintamos a Juana Azurduy en la lona.
   ―¿Eh?
   ―Era revolucionaria. Según ella cuando estuviera al alcance de todos tener sexo con la persona amada se habrían alcanzado la justicia y la verdad universales. Y obviamente la belleza. Es que era una ilustrada y una revolucionaria, ¿entendés?
   ―¿De dónde sacaste eso? ―preguntó Matildo, para quien la conversación se desarrollaba como una vertiginosa sucesión de umbrales que se le pasan demasiado rápido.
   ―De la misma cajita de fósforos donde venía el retrato, obvio ―dijo ella encogiéndose de hombros―. Y no soporto la gente que se cree que le estás tirando onda todo el tiempo.


Punta Rosita (2005)

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