lunes, 31 de agosto de 2015

productividad de la negatividad


   Un viernes del mes pasado me presenté en el cck (qué lugar, cuántos ecos) con idea de escuchar disertar a Roberto Jacoby (uno de los nombres del arte contemporáneo). Pero no había tal disertación (“nooo, yo no me atrevo a dar una conferencia sobre nada”, se atajó, aunque de publicar teoría en revistas especializadas no se priva) sino un curso para el que había que contar con inscripción previa.
   -Te dejamos pasar si te comprometés a venir también los otros tres viernes -me dijo la funcionaria encargada de tomar lista (!)-.
Cumplí mucho mejor que lxs otrxs inscriptxs (que en su mayoría desertaron) y que ella misma, quien después de pedirme en dos ocasiones mi dirección de correo electrónico omitió prolijamente incluirme en la lista de las comunicaciones del seminario.
   En cada uno de los encuentros, Jacoby repitió las siguientes ideas: A) Como en matemática o neurocirugía, en arte la instancia de legitimación más válida -es decir, la que cuenta- es el juicio de los pares, porque son los únicos que están en condiciones de entender. ¿O alguno de nosotros se atrevería a opinar sobre cómo se lleva a cabo una cirugía del cerebro o el desarrollo de un teorema?; B) La denominación “obra” ya no sirve para designar lo que se hace en arte contemporáneo, mucho mejor es hablar de experiencias, procesos, y C) el arte es una actividad inútil, carece de finalidad.
   Sin embargo: la homología de A pasa por alto la distinción entre procedimientos (sí coto exclusivo de expertos) y efectos (las aplicaciones del teorema, el resultado de la cirugía, que alcanzan especialmente a los legos). Es claro que la mirada de los pares es indispensable -porque constituye un diálogo, tal vez el único horizontal-, pero menospreciar las demás empobrece el ambiente. ¿O acaso el mismo razonamiento podría extenderse a la política? Además, ¿tiene sentido la puja por las prerrogativas de legitimización, cuando en definitiva lo que cuenta es otra cosa (unx mismx posiblemente)? Respecto de B, la palabra “obra” se colaba invariablemente en el habla de Jacoby y en la de todos sus oyentes. En vez de perder energía en negarla, ¿por qué no (cuánto lo siento) problematizar sus sentidos (lo que no es nuevo en absoluto, como testimonian las expresiones “obra abierta, obra en proceso, obra-x”, de larga historia etc)? Y en cuanto a C, que exista en todas las sociedades (incluso en animales no humanos, v. gr. las ballenas) sugiere que el arte tiene una finalidad, si bien de naturaleza distinta a la del resto de las actividades humanas, sujeta sin embargo al mismo grado de complejización que ellas (por ejemplo que la inversión financiera, caracterizada por el mismo Jacoby, entre otros modos, por su complejidad). Encima, considerar que el arte es inútil le pone el lomo al latiguillo “ramal que para, ramal que cierra”, tan socorrido en los ‘90. Para combatir ésta y otras mistificaciones -del arte- es más útil pensar el arte en relación con su función (de caracterización discutible pero entidad innegable): así como la de los trenes, la finalidad del arte se definiría por ella.
acv de Ojeiv Ocsav
   Jacoby situó también de manera impecable el funcionamiento del arte como activo en la economía financiera que organiza la generación contemporánea del capitalismo: los mismos que venden las armas con que se ejecutan las matanzas en los sitios calientes del planeta apuestan al arte que narra o denunicia esas matanzas (uno de sus ejemplos recurrentes) como modo de preservar y aumentar sus activos.
   Como sea, nunca fue tanta como hoy la gente que en todo el mundo vivió (del arte), ni nunca se produjo tanto (arte). Arte arte arte, democratizado al punto de que cualquiera puede hacerlo (lo que no quiere decir de ningún modo que cualquiera lo haga). ¿Qué hay de objetable en esta situación? Las vanguardias de antaño impulsaban la ocupación de la vida por el arte, y ahora que ha ocurrido (mostrando lo ingenuo de creer que sería incompatible con ciertas relaciones sociales) las de hoy (entre ellas tal vez el mismo Jacoby) lo lamentan, porque no pueden seguir creyendo en la singularidad que recortaría su actividad de todas las otras, quedando desposeídas de su mística y viéndose obligadas a asumirse como trabajadores.
   Y sin embargo la situación (tanto ubicación como estado) nunca fue mejor, porque nunca estuvo más desarrollada. ¿Cuál es el camino del artista? Trabajar. Para ofrecer a sus coetáneos arte de buena calidad. Y exigir que le paguen por eso. El sistema tiene previsto un sitio incluso para las fugas (igual que para los artistas “inclasificables”). En ese marco, la genialidad es inexorable.
   Por lo demás, no sé de ningún grupo social -sin que esta caracterización sea óbice para singularidades de clase ni país- que viva tan bien como lxs artistas: nadie como ellxs disfruta de la vida ni tiene una relación tan armónica con su propio trabajo ni establece relaciones con otrxs (no sólo, pero sí sobre todo, sus pares) tan ricas y variadas. Nadie goza de mayor libertad. Este éxito, ¿a quién se debe? Y de acuerdo con lo anterior, ¿implica acaso una deuda con el resto de la sociedad, la gran mayoría de gente que en mucha mayor medida son esclavos y que financia el arte? La moral dice que sí.

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